martes, 23 de diciembre de 2008

Felices Fiestas

Estimados Todos,

Como saben, mis saludos de fin de año suelen tener un estilo burlón y a menudo recurro a travesuras retóricas que terminan menospreciando a nuestras importadas celebraciones por el solsticio de invierno boreal.

Para bien o para mal, en estas fechas aproximadamente una tercera parte de la población de nuestro planeta celebra el supuesto nacimiento partenogenético de su profeta, rey, y salvador.

Este año voy a intentar hacer de lado mi militancia racionalista y no voy a insistir, como es mi costumbre, en las aparentes incoherencias en los relatos de magia, alquimia, y transubstanciación que forman parte de las tradiciones de las principales religiones.

Esta vez quisiera intentar explicar brevemente en qué creo yo.

Como muchos saben me defino, entre otras cosas, como ateo. No me siento oveja de un rebaño, o vasallo de un Señor. Esto quiere decir que no creo que las deidades imaginadas por el hombre y la mujer a lo largo de su historia tengan una existencia previa a la del hombre y la mujer.

No digo que Zeus no exista (o Thor, o Atón, o la Pacha Mama, o Shiva, o Yahvé, etc.), digo que no creo que Zeus sea el hijo de Cronos y Rea o que el universo haya sido creado en 7 días por Yahvé; sino que Zeus y Yahvé existen como creación del humano. Antes del hombre y la mujer no había Zeus, ni había Yahvé... Ni Mickey Mouse.

Personas con fe en la existencia de un dios creador suelen pensar que su creencia personal es la única forma de dar sentido a la vida. Yo, por otro lado, siento que el hecho de no guiar mis actos de acuerdo a lo que yo entiendo como mitos basados en comunidades agrícolas primitivas no quiere decir que no le encuentre sentido a la vida.

Hasta donde yo sé, el sentido de la vida es la perpetuación de sí misma. La araña macho que se deja comer por la hembra con la que acaba de copular sirve de alimento a sus propios hijos para reforzar su apuesta por un mundo con más arañas parecidas a sí misma. Lo único que hace que un ser vivo comprometa su propia sobrevivencia como individuo es la posibilidad de perpetuarse en sus descendientes. La vida quiere seguir viva.

Nosotros los hombres y mujeres estamos en este momento (que en escala cósmica es un pestañeo) en la vanguardia del árbol genealógico de la vida. La apuesta que cada uno de nuestros antepasados hizo por sí mismo (nuestros bisabuelos vertebrados, nuestros abuelos mamíferos, nuestros padres primates, etc.) resultó en el actual grado de sofisticación que tenemos como vida.

Esos grandes cerebros pensadores que tenemos nos llevan a hacer las grandes preguntas del universo y a ensayar respuestas para estas preguntas. Thor, el dios del trueno, es una de esas respuestas; las leyes de Newton son otro ejemplo de esas respuestas. Si bien todas son hipótesis válidas, hasta el más firme creyente en Thor tiene que admitir que hay respuestas que no nos dejan seguir preguntando, y hay respuestas que nos hacen querer preguntar todavía más cosas.

Siento que estas últimas guían a nuestra especie hacia adelante, hacia la perpetuación de nuestra esencia, de nuestra idea. Tal vez algún día quienes hereden nuestros conocimientos puedan dar respuestas más definitivas a los misterios del universo (incluso sobre su origen), respuestas que provengan de la observación y del razonamiento, y no de arbustos flameantes.

Desde donde yo lo veo, esas respuestas y esas ideas son nuestra humana versión de la apuesta genética que hace la araña por su prole. Es evidente que para la evolución humana es ínfimo el impacto de nuestros cromosomas si lo comparamos con las tremendas transformaciones que provocaron nuestras ideas. Nuestra evolución como humanos no es sólo una evolución de dientes más afilados, de ojos más agudos, es una evolución de visiones del mundo.

Y he ahí el sentido de la vida, la perpetuación de nuestra idea. Todo lo que somos como materia morirá, lo único que sobrevivirá a nuestra carne son los ecos de lo que hicimos por nuestra idea, por los demás, por los que queden. Hacer que el mundo que dejamos al irnos se parezca más a nuestra visión ideal es el sentido de la vida.

No hablo, por supuesto, de fama. Es la inmortalidad de la idea, no la del nombre, la que tiene un impacto sobre la vida. El nombre que llevamos nos fue dado y no quiere decir nada, aunque le tomemos algún cariño de tanto usarlo. Cuando recordamos los grandes nombres de la historia en realidad sólo estamos asociándolos a ideas, y lo que importa no es la cara esculpida en el mármol sino la forma en que aquellas ideas transformaron nuestra visión del mundo.

No se trata tampoco de imponer nuestra idea a la fuerza sobre otros, sino simplemente de actuar de acuerdo a ella. Tengo un sentido del bien y del mal; si hago el bien perpetúo mi idea, si hago el mal extingo mi idea, porque estoy contagiando a otros una visión del mundo opuesta a la mía.

Parece sencillo y, sin embargo, muy a menudo se impone el hedonismo que nos hace perseguir la satisfacción inmediata y dejamos el bien de lado. Preferimos el confort circunstancial de nuestra materia condenada a muerte, por encima de la inmortalidad de nuestra idea.

Y aquí reconcilio mi manera de ver el mundo con el mensaje de las principales religiones. El secreto para perpetuar nuestra idea, el mismísimo sentido de la vida, es tratar a los demás como quisiéramos ser tratados. ¿Suena familiar? En el Cristianismo se la puede encontrar en Mateo, 7:12 y en 5:39, pero es una regla compartida por las principales religiones que hemos tenido, las que hemos dejado de tener, y las que seguimos teniendo.

Pienso que esta regla dorada debería ser seguida por el ateo más que por nadie. Tratar a los demás como quisiéramos ser tratados es la forma de contagiar nuestra visión del mundo, es la forma de inmortalizar nuestra idea.

Siempre que me pongo a pensar en esto, me acuerdo de las famosas imágenes de la guitarra de Woody Guthrie, que llevaba la leyenda "esta máquina mata fascistas". Es una forma bellísima de expresar la regla dorada. Al villano no lo matamos cometiendo vilezas contra él (eso nos haría villanos a nosotros y conduciría a la perpetuación del villano), al villano lo matamos procurando que no haya más villanos en las generaciones que vienen tras de nosotros, haciendo el bien.

En este año 2008 que pasó, fue notable la densidad de noticias sobre embarazos y nacimientos entre la gente a mi alrededor. Esto me da la clara sensación de que ya somos una generación que pasa un legado hacia adelante, ya somos responsables de contagiar nuestra visión del mundo.

Mi sincero deseo para ustedes mis amigos, compañeros y colegas; y para sus recién nacidos o casi nacidos es que pasen muy bien en las celebraciones que les toquen y que piensen en lo sencillo que es hacer del mundo un lugar mejor y, de paso, alcanzar la inmortalidad. Sólo se necesita tener un sentido del bien y del mal, y muchas mejillas izquierdas que ofrecer.

Como dice el evangelio de John: War is Over. (If You Want It)

Felices Fiestas.

PD: ¡A que nunca hubieran imaginado que mi mensaje de fin de año iba a ser la lectura del Evangelio de Mateo, 7:12, y 5:39! :P

1 comentario:

Manitu69 dijo...

Brillante, absolutamente brillante el texto. Gracias por compartirlo.
Feliz año.