Estimados Todos,
Es esa época del año otra vez. Se acerca el 25 de diciembre y, como desde hace unos 2600 años, el mundo conocido se prepara para la celebración de la Navidad. Primero era la Navidad del dios Mitra y, desde hace aproximadamente unos 1650 años, la Navidad de Jesús de Nazaret.
Creo que de estos temas ya les he hablado en un saludo navideño pasado. En cualquier caso, se trata de una fecha tan buena como cualquier otra para saludarnos y hacer una puesta a punto y balance del año. Una vez al año les pido su atención y escribo en primera persona. Mi lista de contactos es desprolija y no sé bien hasta dónde están llegando estas palabras. Me disculpo si este mensaje encuentra destinatarios inapropiados; así como también lamento si algunos de sus lectores ideales no lo están recibiendo.
El año pasado se me ocurrió incluir en mi saludo navideño algunas de las ideas que hacen a mi visión del mundo, además del habitual comentario ligeramente insolente sobre las tradiciones religiosas. Me temo que la decisión de emprender ese abordaje filosófico puede haber iniciado una tendencia reflexiva en mí ya que, una vez más, este año quisiera compartir con ustedes un mensaje con un tono similar al anterior.
Quien me conoce sabe que soy ateo y que soy militante de mi ateísmo. Acepto que puedo ser irritante, monotemático y a veces terco (aunque trato de, al menos, no ser necio). Imagino que mis amistades con fe en la explicación sobrenatural de lo natural deben preferir algún tipo de distancia conmigo en muchos sentidos y pienso que los que, como yo, niegan la interpretación de la realidad por medio de revelaciones deben sentirme como su aliado y no ven, en principio, un conflicto entre mis ideas y las de ellos.
Sin embargo, a menudo siento que mi militancia racionalista busca más la atención del ateo que la del que tiene fe. Me parece importante que el ateo entienda que el no ser oveja de un pastor, o vasallo de un Señor implica una responsabilidad. No existe el alma ni el
Les pido disculpas por estarme repitiendo. Todo esto ya lo intenté resumir en mi mensaje del año pasado. Este año me quiero concentrar en otro punto. Quiero contarles sobre mi relación con el odio.
El odio como emoción apasionada no está necesariamente en contra de mis ideas. Puedo permitírmelo. Sentir odio como el que un aficionado al deporte siente por el responsable de adjudicar un tiro desde el punto penal al equipo contrario en el último minuto del partido. El odio que uno siente por todos los martillos del mundo cuando un error de cálculo provoca un impacto sobre el dedo pulgar y no sobre el desafiante clavo. El odio que de golpe sentimos por quien nos acaba de herir, de causar dolor.
Voy a tratar de no transitar esa senda tan obvia y, por lo menos, exponer formas más actuales de odio institucionalizado. Este año 2009 me ha proporcionado un par de buenos ejemplos para ilustrar mi punto.
No son novedosos, por supuesto, estos usos y estas conductas. Odios contra odios. De un lado se odia al otro y viceversa. El odio ha determinado incluso las formas de administrar justicia y así es que hace tiempo aprendimos que un ojo vale un ojo, y un diente vale un diente.
Pero este año no sólo tuvimos, como siempre en la historia de la humanidad, ejemplos de odio contra odio. También tuvimos odio contra amor. Y aquí sí estamos en un problema grande, y aquí sí juega la religión organizada un papel importante.
Evangélicos y mormones (famosos por sus ideas respecto al número máximo de esposas tolerado en el matrimonio) participaron activamente financiando las campañas, pero en realidad sacerdotes de la mayoría de las denominaciones dentro de todas las religiones abrahámicas comparten la defensa del matrimonio SÓLO como unión entre hombre y mujer, y atacan con mayor o con menor énfasis las uniones que no siguen esa norma. Defienden la “santidad del matrimonio” dicen.
Quisiera, en este momento, apartarme brevemente de mi línea discursiva para comentar algunos pasajes de la Santa Biblia, con el fin de relativizar esta noción de santo matrimonio que genera tantas pasiones. Se me ocurre que debería, en el libro sagrado del Cristianismo, encontrar las bases de estas ideas.
Mil veces he asistido a ceremonias cristianas de matrimonio y mil veces he escuchado la invocación a Pablo de Tarso por medio de un inspirador pasaje del nuevo testamento en el capítulo 13 de la primera carta de Corintios. Todos la hemos escuchado, es el famoso “…sin amor no soy nada…”. Pablo, como es sabido, no se estaba refiriendo al amor en el matrimonio (y mucho menos al amor entre hombre y mujer) lo cual no hace menos poderoso al mensaje pero, sin duda, esto no nos alcanza para encontrar raíces cristianas de la idea de la “santidad del matrimonio”.
Afortunadamente para nuestra improvisada investigación, a pocas páginas, Pablo de Tarso sí dedica unas líneas específicamente al matrimonio. En el capítulo 7 de ESA MISMA CARTA invocada en las Iglesias en los casamientos, Pablo nos dice en los Versículos 1 y 2: "Bueno le sería al hombre no tocar mujer; pero a causa de las fornicaciones, cada uno tenga su propia mujer, y cada una tenga su propio marido."
Y en los Versículos 8 y 9: "Digo, pues, a los solteros y a las viudas, que bueno les fuera quedarse como yo; pero si no tienen don de continencia, cásense, pues mejor es casarse que estarse quemando."
En honor a la verdad, hay que entender que el contexto en el que Pablo escribe estas líneas es uno en el que la naciente comunidad cristiana creía que era inminente la segunda venida de Jesús (o tercera venida si contamos la inexplicable temporadita que pasó con los apóstoles después de resucitar), por lo cual había que peinarse para la foto celestial (y supongo que abstenerse del sexo para hacer algún tipo de mérito ¿?) cuando llegara Dios hecho hombre a traernos su Reino. Por supuesto, también en honor a la verdad, admitamos que poner en contexto a las escrituras es precisamente algo que no suelen hacer los defensores de sus posturas más radicales.
Sin embargo, no toda la Biblia recomienda la eterna virginidad de los fieles (si esto fuera así, tendríamos la fortuna de asignar a esta religión un capítulo dentro de la arqueología, en vez de cederle un papel a sus líderes como actores privilegiados en nuestra sociedad) y en Deuteronomio 22, por ejemplo, se establece que luego de que un hombre viola a una joven, este debe casarse con ella y pagarle 50 monedas de plata a su padre...
Con estas evidencias, sospecho que la idea de la “santidad del matrimonio”, defendida rabiosamente por algunos representantes de las religiones abrahámicas, no está del todo inspirada en la palabra del Supremo (que aparentemente considera que el matrimonio puede servir, por ejemplo, como condena para violadores o como alivio para feligreses fogosos).
Les pido disculpas si me alejé demasiado de mi argumento inicial. Volvamos a él, pues.
No sé si algunos de ustedes han tenido oportunidad de ver las imágenes a las que hago referencia sobre la propuesta “yes for marriage”. Me refiero a las conmovedoras celebraciones de esta gente pro-matrimonio (sí sí “pro”, no sea cosa que les vayan a poner algún prefijo “anti”) en los Estados en los que se abolió la unión entre personas del mismo sexo. Alabanzas a los cielos, júbilo, éxtasis. Estas personas sienten que están haciendo la obra de Dios y eso las llena.
Pero no nos engañemos, esto es odio. Odio disfrazado de amor. Esta gente está celebrando, llenándose de júbilo por hacer sufrir a otras personas. Su éxtasis viene del dolor de otros. La obra de Dios, para estos homofóbicos obsesivos es impedir que otros dos humanos, a quienes no conocen; dos personas que se aman (y se aman con un amor que ha superado más pruebas que la mayoría de los que se casan ante un altar de Dios) puedan verse reconocidas y legitimadas como pareja en la sociedad.
Este es un odio especialmente enfermizo. No es un ojo por ojo, diente por diente; ni siquiera es un odio contra el que nos odia. Es un odio contra los que se aman. No sólo es triste, sino también peligroso, que haya gente que vea el mundo a través de esta lente y que actúe para causar sufrimiento en nombre de mitos y cuentos de hadas milenarios.
Me imagino que hasta los más llenos de fe reconocen que la religión organizada es, como mínimo, un freno en la evolución de las ideas. La fe, en tanto es creer sin ver, es la negación de la investigación. Es la satisfacción con la respuesta revelada, es prohibir la pregunta.
Pero lo que estamos viendo aquí no es una oposición entre dogma y método científico. No es sólo un freno al desarrollo, sino una verdadera fuerza destructora. Aquí estamos viendo a gente haciendo el mal, creyendo que hace el bien.
Me viene a la mente la frase del Premio Nobel de física Steven Weinberg: “Con o sin religión siempre habrá buena gente haciendo cosas buenas y mala gente haciendo cosas malas. Pero para que la buena gente haga cosas malas hace falta la religión.”
El odio no debería ser el motor de nuestras vidas. Si nos han hecho daño, deberíamos intentar superarlo sin buscar una forma de justicia que cause más daño. Supongo que vivir por el odio le hace tanto daño al odiador como al odiado. “Encontrar N personas que odien a X” es un juego inocente, eso lo entiendo, pero es síntoma de una realidad perversa. Sé que me acerco peligrosamente a la retórica del libro de autoayuda pero mi mensaje para estas fechas de solsticio es sencillamente el consejo de moverse desde lo positivo, desde el bien. Iluminarse uno en vez de mantener en la oscuridad a otros.
Felices Fiestas.